

El Boxer remonta sus orígenes muy atrás en el tiempo. Los expertos hablan de los antiguos perros de Molosia y los molosos enormes utilizados para la guerra y las peleas de animales en tiempos antiguos. Los griegos y, posteriormente los romanos, a medida que extendían su Imperio, los fueron llevando a diferentes partes de Europa, lo que conllevó que se desarrollaran perros con similitudes morfológicas en países distantes entre sí. En Alemania, encontramos el Bullenbeiser, un can de cuerpo poderoso, cabeza grande y potente con un gran poder en su mandíbula.

El tipo más pequeño de Bullenbeiser, que se desarrolló en Bélgica, fue el principal donante de ADN para la creación del Boxer. Aquel perro contaba ya con la máscara típica del Boxer, con el color leonado o atigrado y se les cortaba las orejas y el rabo cuando nacían. En un país con una gran tradición en caza mayor, un perro de estas características fue adaptado a la venatoria desde el principio. Su cometido era llegar a las piezas y retenerlas hasta que acudiera el cazador. Debían hacerlo sin dañar demasiado a la res, sin estropear su carne. Para ello, necesitaban perros equilibrados, fáciles de adiestrar en esta función, con una potente mordida y una gran pasión por la caza. Se utilizaban para cazar todo tipo de animales de caza mayor, desde el ciervo o el corzo hasta los más temibles y peligrosos, como el oso, el jabalí o el toro salvaje.

1895 fue la fecha en la que se redacta en Alemania el primer estándar del Boxer como raza, un perro que fue potenciado en su faceta de animal de trabajo, expandiendo sus virtudes en la caza a las que demostraba como perro guardián.